Las
calles resultan duras y solitarias durante las Noches Finales. Hace
un par de días abandoné a Mónica, desde entonces he estado
vagando por los rincones de La Línea de la Concepción. Me resguardo
del sol en el sótano de un edificio en construcción en la calle
Parques, gracias a la crisis financiera parece un discreto refugio
temporal. Siempre se me dio bien ir por mi cuenta.
O
eso creía yo. Cuando se tiene tanto tiempo que gastar lo único que
puedes
hacer
es salir a
relacionarte con el vecindario. Te pasas por Cruz Herrera e intentas
socializar lo más posible por todos los pubs para conocer la ciudad
y saber si molestas a alguien con tu presencia, es pura cortesía.
Y
la conocí, una morena con sensuales labios carnosos y de ojos
esmeraldas que posaban su mirada mientras me inducía al delirio con
su contoneo al ritmo de D&B.
Era una declaración. Sus espasmódicos movientos hacían que la
bestia interior se agitase, los desesperados susurros de súplica se
tornaron en desfogados gritos de ansia por satisfacer la sed, no
logré mantener la compostura.
Después
de varias copas y una conversación coqueta me insinuó continuar la
fiesta en su piso. La rodeé con el brazo y salimos del garito. Cada
paso que dábamos era una prueba de resistencia. Sentía su sangre
latir con fuerza a través de sus venas impulsada por el acelerado
ritmo cardíaco producto del efecto de algún tripi. Anhelaba sorber
el líquido de gusto metálico tanto como un recién nacido desea
ser amamantado, y de paso colocarme para olvidar, por lo que ya
suficientemente apartados del centro pude conducirla a un íntimo
callejón.
El
amago del primer beso llevó a un frenesí mientras bajaban por su
palpitante garganta, centrado en ella, mis colmillos desenfundaron
con el sonido de una navaja automática. Mordí tan fuerte que noté
al instante el cálido brotar carmesí por su cuello, entretanto la
chica intentaba comprender su mortal situación. Bebí hasta que noté
que su fuerza vital se agotaba, una parte de mí quería parar por
compasión pero otra sólo quería continuar.
Estoy
arrodillado en el suelo contemplando lleno de arrepentimiento un
cuerpo sin vida al que le arrebaté toda su vitae. A veces me
pregunto por qué transito este condenado camino, siempre que
necesito saciarme siento que algo muere dentro de mí al tiempo la
susurrante voz tentadora se fortalece.
La
pequeña sombra interrumpía estos recuerdos en el maliluminado
lugar. Era una alimaña gris de viscosa cola rosada portando un
minúsculo sobre de papel. Un aviso o una invitación, en cualquier
caso, alguien se había sentido ofendido en su territorio. Se lo
quité de sus fauces lanzando un suspiro de angustia, sucumbí a mis
profundos instintos irracionales y me lo iban a hacer pagar muy caro.