Kel y
Dax, recolectores de chatarra de profesión, habían interceptado la
llamada de auxilio de una nave varada en el espacio. Eran incapaces
de desperdiciar cualquier oportunidad que le brindase el azar para
hacer fortuna, por lo que ahora se hallaban intentando abrir el único
compartimento de la nave que registraba energía con un soplete de
plasma mientras llevaban un traje parecido a
una segunda piel hecha a partir de una servoarmadura ligera. Las
pesadas botas poseían unas suelas magnéticas que permitieron el
avance al interior de la estancia una vez vaciado la atmósfera de su
interior.
Su
sorpresa fue una decepción expresada en mordaces comentarios cuando
vieron que no había nada a su alrededor a excepción de una cápsula
de hibernación todavía operativa que mantenía con vida a alguien
en su interior. Un transporte de prisioneros. Decidieron intentar el
cobro una recompensa por la mercancía a la Federación. Así que de
esta forma la subieron al “Carroñero”.
Una
vez depositada en la bahía de carga, la cápsula se abrió por
accidente dejando ver a una joven veinteañera, vestía corset y
pantalón largo, de piel blanca como la porcelana contrastando
fuertemente con su pelo azul metálico a la altura del cuello tapando
un tatuaje de androide en el cuello y una desconcertante mirada
heterocromática.
Sin
duda lo que les llamó la atención fue su robótico brazo derecho
equipado con una escopeta, pues es lo último que vieron, con cálculo
preciso y súbita rapidez un impacto abrió un agujero en el pecho a
Dax, tiñiendo la pared con su sangre, sin que Kel tuviera la
oportunidad de reaccionar. De manera instintiva se tiró al suelo,
pero no le sirvió de nada, aquella muchacha caminaba hacia él muy
despacio con la fría calma de un asesino en serie. Entre súplicas y
sollozos puso la boca del cañón frente a su cara y convirtió su
cabeza en una masa pulposa.
La
situación invitaba a escapar. Bonnie Rex era libre.